Cuando el sol se puso el 7 de enero en Mater Dolorosa, las ráfagas de viento a 80 millas por hora ya habían derribado árboles y arrancado ramas en las calles de Sierra Madre, de hecho, en toda la ciudad de Los Ángeles, durante todo el día. La comunidad se disponía a cenar cuando se recibió la noticia de que había un incendio en el camino del cañón de Eaton, a unos pocos kilómetros al oeste. Se propagó rápidamente y una hora más tarde recibimos la primera alerta para que nos preparásemos a evacuar. El viento soplaba del este y estábamos directamente en su camino.

El Centro de Retiros acogía a unas 60 personas que iban a quedarse a pasar la noche. Comenzó el proceso de evacuación. La comunidad y el personal sacaron a todos en unos 40 minutos. En ese momento llegó el aviso oficial de una evacuación obligatoria. Cuando los últimos invitados se marcharon, empezamos a cargar nuestros coches para salir también nosotros. Además de los cinco religiosos de la comunidad, estaba Charles, un laico que vive allí con nosotros, y una invitada a largo plazo, Eve, en la ermita. A las 8 pm, conducíamos por la Avenida Sunnyside cuando un coche de policía pasó junto a nosotros lanzando el mensaje para que nos fuéramos inmediatamente.

Por un breve momento en nuestras vidas, nos convertimos en personas como todos las demás que, de repente, se encuentran con sus vidas interrumpidas por una acción de Dios o algún acto de violencia. Tuvimos que salir en busca de un lugar para pasar la noche con poco más que una maleta con lo más necesario.

Lo que más nos ha estresado ha sido la espera y la incertidumbre del momento. Los primeros intentos por encontrar un lugar que tuviera habitaciones disponibles fueron inútiles e ineficaces. Finalmente, alrededor de la medianoche, cada uno de nosotros tenía una cama y un cuarto cálido para pasar la noche. Cada uno de nosotros se fue a la cama, agradecidos de que al menos estábamos vivos y todos juntos. Nos preguntábamos qué nos traería el día siguiente.

Al día siguiente, la mañana nos encontró desorientados y entristecidos por el trauma de la noche anterior. Despertamos sin poder seguir con nuestros habituales rituales matutinos: caminatas matinales, tazas de café, tiempo personal de oración y reflexión en un entorno familiar y, finalmente, nuestra reunión como comunidad en nuestra pequeña capilla para la oración de la mañana y la Eucaristía. Normalmente esos rituales pueden parecer repetitivos y monótonos, pero nos dan una sensación de identidad y comodidad porque definen el propósito de nuestra vida y lo que es realmente más importante en la vida.

Eventualmente, nos encontramos sentados en un restaurante, tomando café, ordenando el desayuno y haciendo planes para el día. No había alegría en esta reunión, solo preocupación y meditación sobre lo que habría sucedido a nuestro hogar y a nuestro ministerio, lo que fue destruido y lo que se dejó atrás. Las llamadas y los mensajes eran constantes, nos sentíamos perdidos en cuanto a lo que podríamos decir a los que nos contactaban sobre lo que habíamos dejado atrás la noche anterior. Nos abrumaron con expresiones de apoyo, oraciones y ofrecimientos para ayudarnos en cualquier forma posible. Finalmente, elaboramos un plan de trabajo. Necesitábamos saber qué había pasado con nuestra propiedad. El P. Febin y nuestro chef, Ricardo Solda, decidieron ir a visitar nuestra propiedad. Planeamos reunirnos más tarde ese día para escuchar su informe. No había un plan para el día siguiente.

Como Superior Local, contacté con los líderes provinciales, pasionistas y amigos que querían saber más sobre nuestra situación. Y empecé a buscar algo que nos sacara de nuestra sensación de impotencia y tristeza.

Habíamos encontrado habitaciones muy cerca de la familia de un compañero de clase, a quien conocía desde 1967. Pregunté si era posible que cenáramos en una de sus casas. Sin dudarlo, nos preguntaron a qué hora.

Nos reunimos al final de la tarde para escuchar el informe del P. Febin. Estaba claramente triste por lo que vio. El fuego furioso, impulsado por ráfagas de viento de 70 millas, pasó sobre toda la propiedad, desde la entrada hasta la parte de atrás del Centro de Retiros. Consumió todo lo que podía arder: árboles, estructuras de madera, plantas y arbustos. Pero por algún milagro de Dios, el Centro de Retiros se salvó. Solo había daños mínimos por el fuego en un par de habitaciones. Los daños visibles dentro del edificio fueron causados por el agua de nuestro sistema de riego y los bomberos. Por supuesto, el daño del humo también será una preocupación cuando comiencen las tareas de limpieza.

A pesar de la amplitud del recorrido y la intensidad del fuego, no sufrimos el mismo destino que aquellos que perdieron total o parcialmente sus hogares e incluso su vida. Como comunidad, somos muy conscientes de que hemos sido dispensados. No hemos de lamentar la pérdida de documentos, fotos, obras de arte preciadas o pertenencias personales. Lo que tenemos se puede limpiar o reemplazar si es necesario. Creo que las muchas oraciones que se ofrecieron alrededor del mundo por nuestro bienestar fueron escuchadas.

A las 6 de la tarde, alguien de la familia de mi compañero de clase nos recogió, nos llevó a la casa de sus suegros y nos invitaron a un banquete. Esa noche estábamos rodeados de una familia cariñosa y cordial. Bebimos vino, hablamos sobre nuestras experiencias y sentimos un verdadero vínculo familiar. Debíamos estar allí más de 20 personas. La tristeza, el aislamiento, los sentimientos de destrucción y desdicha se evaporaron rápidamente cuando entramos en diálogo con quienes nos rodeaban. Era un gran contraste con nuestro estado de ánimo a la hora del desayuno. Yo era el único que los conocía a todos, pero no había duda de que cada uno de nosotros se sintió acogido y arropado por esta familia.

Estoy seguro de que todos nos fuimos a la cama menos ansiosos y preocupados que la noche anterior. Seguimos recibiendo mensajes de apoyo y oraciones de todo el mundo. En los buenos y malos tiempos, Dios nos permite profundizar nuestra comprensión de ser Familia Pasionista.

Nos mantenemos en oración. Nuestro viaje continúa y sigue adelante.

P. Clemente Barrón, CP

Superior local
de la Comunidad Pasionista Mater Dolorosa.