El martirio de los santos Juan y Pablo 26 de junio
Eran dos dignatarios de la corte. El emperador Juliano el Apóstata, intentó convencerlos para que abjuraran. Pero, ante su negativa, fueron martirizados junto a sus amigos.
Un senador cristiano es el primero en honrar a estos mártires.
de LORENZO CAPPELLETTI, in 30 GIORNI n° 6 – 2011
Todo lo que sabemos de ellos proviene de documentos litúrgicos, algunos de los cuales eran contemporáneos a su tiempo, y de la Passio de la que tenemos la transcripción del siglo VI. Esto no ha sido del agrado de muchos, como si la liturgia cristiana se pudiera permitir el uso de fábulas y no de la memoria de los hechos.
Estas personas no tienen en cuenta que, en el siglo pasado, solo gracias a la guía de la Passio, fueron encontrados la casa donde Juan y Pablo fueron martirizados, el lugar donde se excavaron las fosas en la roca virgen y la confessio, que fue edificada algunos años más tarde en el territorio de Bizante y Pammachio.
Se nos presenta a los dos hermanos como dignatarios de la corte imperial, herederos de Constantina, hija de Constantino, muerta el año 354.
Estaban en dificultades con el nuevo emperador Juliano quien les negaba los bienes que habían recibido y que, a causa de su fe cristiana, probablemente, les fueron confiscados a beneficio de los dioses falsos y engañadores. Es posible que se trate de la misma casa que fue encontrada bajo la Basílica que estaba dedicada a ellos en el Celio de Roma y que evidentemente atestigua la presencia de los cristianos.
La Passio se abre con las palabras de Juliano (que no es presentado en una intervención personal, respetando el hecho histórico que indica que Juliano nunca fue a Roma): «Vuestro Cristo dice en el Evangelio que quien no renuncia a todo lo que posee no puede ser su discípulo».
Juliano pretende justificar la confiscación de los bienes que los dos hermanos habían recibido en razón de ese chantaje ético que sería inconcebible fuera de la apostasía cristiana. Es tan cierto que se ha convertido en una norma en la época moderna. De frente a la invitación del emperador para que le fueran fieles, los dos hermanos no aceptan: «Tú has abandonado la fe para seguir cosas que, bien sabes, no tienen nada que ver con Dios. Por esta apostasía hemos dejado de dirigirte el saludo».
Por esto, añaden, nos hemos alejado «o societate imperii oestri», Juliano mandó entonces a los dos hermanos un mensaje lleno de adulaciones y de amenazas:
«Vosotros también habéis sido educados en la corte, por eso no podéis eximiros de permanecer a mi lado, mejor aún, os quiero entre los primeros de mi corte. Pero, cuidado: si recibo una respuesta negativa de vuestra parte, no podré consentir que quedéis sin castigo». (En efecto, escribe el historiador Sócrates que «Juliano indujo a muchos cristianos a ofrecer sacrificios, en parte con promesas y en parte con dádivas».
Hubo deserciones especialmente entre militares e incluso hasta de clérigos). Los dos hermanos mandaron decir esta respuesta: «Nosotros no te hacemos la ofensa de anteponer delante de ti a cualquier otra persona. Sino solo a Dios, que hizo el cielo, la tierra el mar y todas las cosas que en él se contienen. Que teman tu ira los hombres pertenecientes al mundo. Nosotros tememos solo el caer en enemistad con el Dios eterno. Por eso queremos comunicarte que no nos adheriremos nunca a tu culto (numquam ad culturam tuam) y tampoco iremos a tu palacio».
El emperador les concedió diez días «para reflexionar», para que «resolváis venir a mí, no por la fuerza sino espontáneamente».
Los dos hermanos rebatieron: «haz de cuenta que ya pasaron los diez días».
Y Juliano: «¿Pensáis que los cristianos os considerarán mártires?», Pablo y Juan llamaron entonces a sus amigos, Crispo, presbítero de la comunidad de Roma, Crispiniano y Benedicta. A ellos les contaron todo. Celebraron juntos la Eucaristía y después invitaron a los cristianos, a quienes les dieron indicaciones relativas a todos sus bienes.
2a parte |
Transcurridos los diez días, al undécimo comenzó el arresto domiciliario. Sabida la noticia, Crispo y los otros amigos acudieron, pero no se les permitió entrar.
Contrariamente se permitió el ingreso al instructor de campo Terenciano (que en la Passio dice que fue él quien escribió la narración, una vez convertido) y sus policías. Éste intimó a los dos hermanos, que estaban orando, para que adoraran un ídolo, de lo contrario serían atravesados por la espada «no se consideraba conveniente matar públicamente a hombres crecidos en la corte».
Juliano quería evitar a cualquier costo que hubiera mártires entre los cristianos. Y que, si por caso se dieran, que fueran escondidos.
«Para nosotros», responden los hermanos, «no hay otro Señor que el único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que Juliano no ha temido renegar; y así como él ha sido rechazado por Dios, quiere arrastrar a otros en su ruina».
Después de un par de horas, los dos cristianos fueron ajusticiados; era el 26 de junio del 362. Fueron sepultados secretamente en el pórtico inferior de su misma casa. Después se hizo correr la voz de que los dos hermanos habían sido mandados al exilio. Crispo, Crispiniano y Benedicta se imaginaron la suerte que corrieron, pero no pudieron hacer otra cosa que llorarlos y orar para conocer el lugar de su sepultura. Fueron escuchados. Pero también ellos sufrieron la decapitación por mano del hijo de Terenciano.
Los cuerpos de los nuevos mártires fueron sustraídos y sepultados junto a Juan y Pablo por manos de Pimenio y Juan (presbíteros) junto con Flaviano, ilustre ex prefecto de Roma.
Todas estas inhumaciones en una casa suscitaron la incredulidad y la burla de muchos críticos. Pero hoy que fueron descubiertas las fosas…
La Passio narra en este punto que el hijo de Terenciano, llegado a la casa de los mártires, se puso a gritar que Juan y Pablo lo atormentan.
Terenciano queda aterrado y se arroja con el rostro a tierra y tratando de justificarse dice: soy un pagano, solo he obedecido a los órdenes del Cesar, sin darme cuenta.
Se convierte y en la Pascua siguiente recibe el bautismo. Él y su hijo también fueron ajusticiados y sepultados por manos de Pimenio y Juan, en la casa de Juan y Pablo.
Una cadena de delitos que, a los ojos de una crítica experimentada, podría parecer existiera la intención de ligar hechos acaecidos en lugares y tiempos diferentes o la de justificar la unión en un solo lugar de simples reliquias o hasta de querer incrementar fantasiosamente nombres y hechos con el fin de que la narración resultase más convincente.
En realidad, se debe tener en cuenta que, si existe un dato cierto, respecto a la actitud religiosa de Juliano el Apóstata, es su aversión por el culto de los mártires. Incluso porque estaba convencido de que eso impedía los responsos oraculares de los dioses; superstición ciega y temerosa de frente a la simple realidad de una memoria.
Con desprecio escribió: «los Galileos no hicieron otra cosa que llenar al mundo de tumbas y sepulturas». Todo esto es un precioso testimonio para nosotros de la corporeidad e historicidad innegable del acontecimiento cristiano.
Los dioses del paganismo, a los que Juliano había confiado nuevamente la fortuna del imperio, parecieron asistirlo una vez más en la guerra emprendida contra los persas desde marzo del 363. Va pasando de victoria en victoria, siempre en primera fila animando a sus soldados. Pero el 26 de junio del 363, a un año exacto de distancia del martirio de los dos hermanos, una lanza pone fin a su trágica utopía.